miércoles, 8 de enero de 2014

HABITANTES DEL NIGUA O LA POETICA DEL BARRIO


JUSTIFICACION

Ramón Aníbal Mesa.

“El poema es una escalera por donde se llega hasta mi” Aníbal Montaño.

Toda antología suele introducirse con una perorata justificatoria sobre los textos o los autores antologados, a lo cual ni me interesa acceder. Sin embargo, quiero sintetizarme al menos, en cuanto al principal objetivo de lo que considero, un proyecto particular.

El principal objetivo de habitantes del Nigua, es mostrar nuestra propuesta poética. Y el criterio principal para la selección ha suido, que los poetas seleccionados, sean poetas con tradición poética (tomando en cuenta sus cortas edades) y con trayectoria dentro de la fundación literaria Aníbal Montaño; y que, de algún modo, escriben con ciertos parámetros estéticos y creativos similares. Este es el caso de Dariahanna Mesa, David Alexander Sena, Andy Heredia, Alexis Aybar, Marilyn Rodríguez, Karen Rosario, Marlex Indhira  Rodríguez, Marqueliz Valdez, Ysabel Florentino, Jesús Cordero y Ramón Aníbal Mesa.

Pero, ¿Quiénes somos estos Habitantes del Nigua? Los habitantes del Nigua somos lo que vivimos a orillas del rio, los que habitamos el barrio, los que nos refugiamos en cada aguacero, los que jugamos a la plaquita o a la vitilla; los que nos transportarnos en motoconcho para ir a la escuela, al trabajo, a la iglesia, a la fiesta o al mercado; los que comemos fritura en la avenida o en cualquier esquina y bailamos bachata. Es decir, ciudadanos comunes y corrientes que vivimos y padecemos un Caos progresivo que llama ciudad de San Cristóbal.

Un día los Habitantes del Nigua abandonamos el conuco y las gallinas en algún campo de la región Sur para venir a habitar a orillas de este rio, cuya agónica muerte es una metáfora de nuestra condición social. Esa es nuestra histórica leyenda, nuestra histórica tragedia, vivir en el margen (y al margen) de un rio que agoniza ante nuestra indiferencia de jobees presurosos por asir un futuro que se nos resbala entre los dedos.


Pero estos Habitantes del Nigua no sólo tenemos en común una misma condición social; sino también, el gusto por la poesía. Y nos congregaos alrededor de ella como diría Montaño, como un bálsamo. La poesía nos convoca en los patios, en las aceras, en los parques, en las emisoras, en los colmadones y los callejones del barrio. La poesía nos convoca y nos unifica. La poesía es el común denominador que nos hace asumir la sociedad y al mundo con ojos distintos disfrutarlo, porque como dice Jesús Cordero, premio Nacional de Poesía Joven 2010: “No hay universo si mi barrio no existe”.



POESIA COLMADON
Tan sublime como el soplo de un beso

Dio-genes Abreu

Todo poema es un acto sociológico del sujeto. No importa la condición social de ese sujeto, su poema siempre será una expresión política y cultural de su cosmovisión matizada por sus circunstancias espirituales y materiales. Eso no quiere decir que la poética y el poema del sujeto quedan irremediablemente confinadas al sujeto y su entorno. O. pero si que, a partir de se entorno, quedan la poética y el poema pronunciados como interpretación y/o acción de cambio de las circunstancias.

De lo contrario.la palabra no fuera más que elocuencia lingüística fofa y hueca, sin un afinque en la historicidad del sujeto. Se volverá mascara idiomática el poema, condenado al simple registro de la incapacidad de la palabra para se poesía sin al poética del sujeto que la pronuncia.

Ese no es el caso de la antología HABITANTES DEL NIGUA. Pues en ella, tal como nos dice el mismo subtitulo, encontramos una poética del barrio hecha por sujetos conscientes de sus circunstancias sociales y prestos a lidiar con ellas, con y desde la palabra. Cada pronunciación del poema trae consigo un fardo de situaciones dadas por la riquísima experiencia (a veces no necesariamente placentera) de vivir en el barrio, sobre todo cuando la geografía material del mismo ya no cabe en la cartografía literaria del poeta.

Entonces se produce una especie de urticaria lingüística donde el poema se retuerce en el espacio sígnico del discurso, reinterpretando memorias y definiendo futuros para unas ansiedades que denotan a un sujeto insatisfecho von su entrono, tal como nos dice Marilyn Rodríguez en su poema “Al otro lado”:
Al otro lado del rio esta el barrio
al otro lado del lago negro
esta la sangre roja
de piel quemada por las nubes
por  leyes rotas
por niños vivos sin esperanza de morir”.



O como lo grita a voces sarcásticamente Andy Heredia en su poema “Para qué crear un universo”:
“Y para qué llorar si una nube ocupa su espacio
para que llorar si el romo viene gratis
Para que decir que somos libres
si pago Itebis para estudiar
para que decir que soy inmortal
si sólo soy un títere de mi propio mundo
para que crear un universo si allí no estaré”.

Ese barrio, a pesar del “E´ palante que vamos” quedará eternamente impregnado en el poema que le da la voz para sacarlo del anonimato y dejarnos saber en qué piensa un niño cuando lo hiere la imposibilidad de soñar más allá del dolor. Así nos lo pronuncia Alexy Aybar Pinales en “De vuelta al barrio”.
“Todavía siento el dolor que produce una herida (…) En el barrio no hay mariposas ni amaneceres para regresar al trabajo. No he podido llegar a ustedes, me he quedado sentado en el cementerio de mi infancia.
Un cementerio de lo posible, lo que anhelamos seria el porvenir después de todos los esfuerzos por hacer  del barrio mas que un ramalazo de polvo y soledad. pero cuando creemos haber edificado posibilidades, en el poema queda calcada la realidad d un barrio pateado por os años, como lo reporta Keren Rosario en “Morí en tus ojos”:
“El viento golpea mi cara
al salir a estas calles muertas.
rostros.
suspiros.
rutinas.”

La rutina del dolor personal por la ausencia del otro, pero también la rutina del diarista que sale en busca de alguna señal de que todo el dolor no ha sido e v ano. Mas, al final de un censo vivencial del barrio, le parece que todo lo que fue su memoria colectiva ha cambiado para lo peor., tal como nos confiesa David Alean der Sena en “Domingo de espera”:

“… camino como quien lega de la guerra y se asombra de que ya no es su ciudad, ni esta gente, ni el es el, es otro que cree que la gente ha cambiado (…) Yo que miro el montón de gente agruparse y me parece está soñando porque todo es tan lento, tan advertido, inquebrantable, tan inerte.”

Pero todo barrio es un poema en espera, las palabras disgregadas deseando ser discurso. Quien se detenga un poco a esperar los fantasmas que hacen del pueblo “un barrio perdido entre ladrones/y un arroz que se quema”, podrá entonces tener acceso a los secretos del barrio desvelados por Max Indhira Rodríguez en “Podrido en mi universo”:

“Hay algo en este pueblo que camina
sin pausa
carcomiendo sus ruinas
una ignorancia borracha
un yo”.

Porque todo Yo está irremediablemente atado a su hábitat y ni el poema mismo podrá desatarlo de la geografía que lo pare como sujeto, tal lo deja dicho Marquelis Valdez en “Las almendras de la Avenida Constitución”:
“Este ambiente es paupérrimo. Me canso de ver estas raíces solo tienen tierra, tierra que duele, duele hasta el orgasmo, almendras que saben de mi”.
Ante el dolor y el desamparo colectivo, el individuo siente miedo a la soledad y lo que podría traerle el pasado más allá de la anatomía lingüística del poema y su discurso literario. Porque todos tenemos un pasado incomunicado a nuestros temores del presente, como nos confiesa Ysabel Florentino Romero en “de espalda a la lluvia”:

“… abuela no me sueltes aquí, porque puedo despertar adulta y no comprender mi pasado”.
La comprensión del pasado es fundamental para saber quiénes somos y para darle sentido cognitivo al presente de nuestra materialidad sociocultural y política. Un pasado que parece ser eternamente continúo y hasta convertido en sangre malograda que nos inyecta la muerte. Jesús Cordero, en su poema “Cinco”, nos desnuda el pasado como sigue:

“Por las venas de Welinton no corre sangre
corre el gobierno de turno
y eso es lo que mata
lo que nos llena de nombres
putas
y domingos como este
en los que se nos viene encima el colmadón
con treinta de clerén
con todos sus borrachos.”



El barrio es un colmadón, el poema es un colmadón, el pasado es un colmadón, el presente es un colmadón, un colmadón donde “La historia es un retrato/que las ratas orinan/por las noches”. Un colmadón donde los fantasmas del pasado siguen vivos en los discursos del poder y sus viáticos enyipetados. Un colmadón donde el barrio se piensa y se despiensa sin lograr acabar definitivamente con el mito de sus desgracias, como lo articula Ramón Mesa en “Trujillo ha muerto”:

“Pero los fantasmas
no mueren
son los eternos protagonistas
del miedo.”

Y “como las hojas no hablan” (aun las de los almendros de la Avenida Constitución), en San Cristóbal, tal como lo expresa la niña Darihanna Mesa Florentino en “El tiempo se nos va”:

“El tiempo se nos va
detrás de una vida nueva
buscando dueño
para vivir una vida eterna (…)
Sigue mis pasos por las hojas caídas
hasta llegar a la meta
y sabrás quien soy.”

Yo no se ustedes, pero yo quiero seguirle los pasos a esa poeta y llegar con ella hasta el  barrio donde a estos jóvenes sancristobalenses les nace “el gusto por la poesía” del que habla Mesa. Pues todo poema es historias y yo deseo ser profundamente parte de esta historia, como dominicano y como poeta sumergido en otro barrio, en otro colmadón: Washington Heights, New York.


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