JUSTIFICACION
Ramón Aníbal Mesa.
“El poema es una escalera por donde se llega hasta mi” Aníbal
Montaño.
Toda antología suele introducirse con una perorata justificatoria
sobre los textos o los autores antologados, a lo cual ni me interesa acceder.
Sin embargo, quiero sintetizarme al menos, en cuanto al principal objetivo de
lo que considero, un proyecto particular.
El principal objetivo de habitantes del Nigua, es mostrar nuestra
propuesta poética. Y el criterio principal para la selección ha suido, que los
poetas seleccionados, sean poetas con tradición poética (tomando en cuenta sus
cortas edades) y con trayectoria dentro de la fundación literaria Aníbal Montaño;
y que, de algún modo, escriben con ciertos parámetros estéticos y creativos similares.
Este es el caso de Dariahanna Mesa, David Alexander Sena, Andy Heredia, Alexis
Aybar, Marilyn Rodríguez, Karen Rosario, Marlex Indhira Rodríguez, Marqueliz Valdez, Ysabel
Florentino, Jesús Cordero y Ramón Aníbal Mesa.
Pero, ¿Quiénes somos estos Habitantes del Nigua? Los
habitantes del Nigua somos lo que vivimos a orillas del rio, los que habitamos
el barrio, los que nos refugiamos en cada aguacero, los que jugamos a la
plaquita o a la vitilla; los que nos transportarnos en motoconcho para ir a la
escuela, al trabajo, a la iglesia, a la fiesta o al mercado; los que comemos
fritura en la avenida o en cualquier esquina y bailamos bachata. Es decir, ciudadanos
comunes y corrientes que vivimos y padecemos un Caos progresivo que llama
ciudad de San Cristóbal.
Un día los Habitantes del Nigua abandonamos el conuco y las gallinas
en algún campo de la región Sur para venir a habitar a orillas de este rio,
cuya agónica muerte es una metáfora de nuestra condición social. Esa es nuestra
histórica leyenda, nuestra histórica tragedia, vivir en el margen (y al margen)
de un rio que agoniza ante nuestra indiferencia de jobees presurosos por asir
un futuro que se nos resbala entre los dedos.
Pero estos Habitantes del Nigua no sólo tenemos en común una
misma condición social; sino también, el gusto por la poesía. Y nos congregaos
alrededor de ella como diría Montaño, como un bálsamo. La poesía nos convoca en
los patios, en las aceras, en los parques, en las emisoras, en los colmadones y
los callejones del barrio. La poesía nos convoca y nos unifica. La poesía es el
común denominador que nos hace asumir la sociedad y al mundo con ojos distintos
disfrutarlo, porque como dice Jesús Cordero, premio Nacional de Poesía Joven
2010: “No hay universo si mi barrio no existe”.
POESIA COLMADON
Tan sublime como el
soplo de un beso
Dio-genes Abreu
Todo poema es un acto
sociológico del sujeto. No importa la condición social de ese sujeto, su poema
siempre será una expresión política y cultural de su cosmovisión matizada por
sus circunstancias espirituales y materiales. Eso no quiere decir que la poética
y el poema del sujeto quedan irremediablemente confinadas al sujeto y su
entorno. O. pero si que, a partir de se entorno, quedan la poética y el poema
pronunciados como interpretación y/o acción de cambio de las circunstancias.
De lo contrario.la
palabra no fuera más que elocuencia lingüística fofa y hueca, sin un afinque en
la historicidad del sujeto. Se volverá mascara idiomática el poema, condenado
al simple registro de la incapacidad de la palabra para se poesía sin al poética
del sujeto que la pronuncia.
Ese no es el caso de la
antología HABITANTES DEL NIGUA. Pues en ella, tal como nos dice el mismo
subtitulo, encontramos una poética del barrio hecha por sujetos conscientes de
sus circunstancias sociales y prestos a lidiar con ellas, con y desde la palabra.
Cada pronunciación del poema trae consigo un fardo de situaciones dadas por la riquísima
experiencia (a veces no necesariamente placentera) de vivir en el barrio, sobre
todo cuando la geografía material del mismo ya no cabe en la cartografía
literaria del poeta.
Entonces se produce una
especie de urticaria lingüística donde el poema se retuerce en el espacio sígnico
del discurso, reinterpretando memorias y definiendo futuros para unas ansiedades
que denotan a un sujeto insatisfecho von su entrono, tal como nos dice Marilyn Rodríguez
en su poema “Al otro lado”:
“Al otro lado del rio esta el barrio
al otro lado del lago
negro
esta la sangre roja
de piel quemada por las
nubes
por leyes rotas
por niños vivos sin esperanza
de morir”.
O como lo grita a voces
sarcásticamente Andy Heredia en su poema “Para qué crear un universo”:
“Y para qué
llorar si una nube ocupa su espacio
para que llorar
si el romo viene gratis
Para que decir
que somos libres
si pago Itebis
para estudiar
para que decir que
soy inmortal
si sólo soy un
títere de mi propio mundo
para que crear
un universo si allí no estaré”.
Ese barrio, a pesar del
“E´ palante que vamos” quedará eternamente impregnado en el poema que le da la
voz para sacarlo del anonimato y dejarnos saber en qué piensa un niño cuando lo
hiere la imposibilidad de soñar más allá del dolor. Así nos lo pronuncia Alexy
Aybar Pinales en “De vuelta al barrio”.
“Todavía siento el
dolor que produce una herida (…) En el barrio no hay mariposas ni amaneceres
para regresar al trabajo. No he podido llegar a ustedes, me he quedado sentado
en el cementerio de mi infancia.
Un cementerio de lo
posible, lo que anhelamos seria el porvenir después de todos los esfuerzos por hacer del barrio mas que un ramalazo de polvo y
soledad. pero cuando creemos haber edificado posibilidades, en el poema queda calcada
la realidad d un barrio pateado por os años, como lo reporta Keren Rosario en “Morí
en tus ojos”:
“El viento golpea mi
cara
al salir a estas calles
muertas.
rostros.
suspiros.
rutinas.”
La rutina del dolor
personal por la ausencia del otro, pero también la rutina del diarista que sale
en busca de alguna señal de que todo el dolor no ha sido e v ano. Mas, al final
de un censo vivencial del barrio, le parece que todo lo que fue su memoria
colectiva ha cambiado para lo peor., tal como nos confiesa David Alean der Sena
en “Domingo de espera”:
“… camino como quien
lega de la guerra y se asombra de que ya no es su ciudad, ni esta gente, ni el
es el, es otro que cree que la gente ha cambiado (…) Yo que miro el montón de
gente agruparse y me parece está soñando porque todo es tan lento, tan
advertido, inquebrantable, tan inerte.”
Pero todo barrio es un
poema en espera, las palabras disgregadas deseando ser discurso. Quien se
detenga un poco a esperar los fantasmas que hacen del pueblo “un barrio perdido
entre ladrones/y un arroz que se quema”, podrá entonces tener acceso a los
secretos del barrio desvelados por Max Indhira Rodríguez en “Podrido en mi
universo”:
“Hay algo en este
pueblo que camina
sin pausa
carcomiendo sus ruinas
una ignorancia borracha
un yo”.
Porque todo Yo está
irremediablemente atado a su hábitat y ni el poema mismo podrá desatarlo de la
geografía que lo pare como sujeto, tal lo deja dicho Marquelis Valdez en “Las
almendras de la Avenida Constitución”:
“Este ambiente es paupérrimo.
Me canso de ver estas raíces solo tienen tierra, tierra que duele, duele hasta
el orgasmo, almendras que saben de mi”.
Ante el dolor y el
desamparo colectivo, el individuo siente miedo a la soledad y lo que podría
traerle el pasado más allá de la anatomía lingüística del poema y su discurso
literario. Porque todos tenemos un pasado incomunicado a nuestros temores del presente,
como nos confiesa Ysabel Florentino Romero en “de espalda a la lluvia”:
“… abuela no me sueltes
aquí, porque puedo despertar adulta y no comprender mi pasado”.
La comprensión del
pasado es fundamental para saber quiénes somos y para darle sentido cognitivo
al presente de nuestra materialidad sociocultural y política. Un pasado que
parece ser eternamente continúo y hasta convertido en sangre malograda que nos
inyecta la muerte. Jesús Cordero, en su poema “Cinco”, nos desnuda el pasado
como sigue:
“Por las venas de
Welinton no corre sangre
corre el gobierno de turno
y eso es lo que mata
lo que nos llena de
nombres
putas
y domingos como este
en los que se nos viene
encima el colmadón
con treinta de clerén
con todos sus
borrachos.”
El barrio es un colmadón,
el poema es un colmadón, el pasado es un colmadón, el presente es un colmadón,
un colmadón donde “La historia es un retrato/que las ratas orinan/por las
noches”. Un colmadón donde los fantasmas del pasado siguen vivos en los
discursos del poder y sus viáticos enyipetados. Un colmadón donde el barrio se
piensa y se despiensa sin lograr acabar definitivamente con el mito de sus
desgracias, como lo articula Ramón Mesa en “Trujillo ha muerto”:
“Pero los fantasmas
no mueren
son los eternos
protagonistas
del miedo.”
Y “como las hojas no
hablan” (aun las de los almendros de la Avenida Constitución), en San Cristóbal,
tal como lo expresa la niña Darihanna Mesa Florentino en “El tiempo se nos va”:
“El tiempo se nos va
detrás de una vida
nueva
buscando dueño
para vivir una vida
eterna (…)
Sigue mis pasos por las
hojas caídas
hasta llegar a la meta
y sabrás quien soy.”
Yo no se ustedes, pero
yo quiero seguirle los pasos a esa poeta y llegar con ella hasta el barrio donde a estos jóvenes
sancristobalenses les nace “el gusto por la poesía” del que habla Mesa. Pues
todo poema es historias y yo deseo ser profundamente parte de esta historia,
como dominicano y como poeta sumergido en otro barrio, en otro colmadón:
Washington Heights, New York.
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