lunes, 16 de marzo de 2009

Artículos Periodísticos de Ligia Minaya: La Diáspora y Saudales - Cometas en el Cielo



LIGIA MINAYA

Nació en Moca. Cuentista, periodista y educadora. Hija de Dámaso Minaya y Colectte Belliard. Cursó sus estudios elementales y secundarios en su pueblo natal. Licenciada en Derecho por la Universidad Católica Madre y Maestra. Se inició como educadora impartiendo docencia en la escuela primaria de Moca. Posteriormente enseñó criminología en la Universidad Católica Madre y Maestra, recinto de Santo Domingo. Fue Ayudante del Fiscal del Distrito Nacional y Procuradora Fiscal de San Pedro de Macorís. En 1998 obtuvo el primer y el segundo lugar en el Concurso de Cuentos de Casa de Teatro con los cuentos “Un abuelo impropio” y “Llanto de cactus en una noche interminable”, respectivamente, y en el 2000 el Premio Nacional de Cuento con su libro El Callejón de la flores. Desde 1988 mantuvo por muchos años la columna Inventario en el vespertino Ultima Hora. Además ha publicado: Palabras de mujer, Cuando me asalta el recuerdo de ti y Mi corazón tiembla en la sombra. Actualmente sus artículos son publicados en Diario Libre y reside en Denver, Colorado.





LA DIASPORA
Por Ligia Minaya

"Vivimos con una espina que nos divide entre lo bueno de aquí y lo bueno de allá. Siempre será así". Ligia Minaya

Es un paquete de hojas que arrastró el viento. Cada quien con sus motivos y circunstancias. Aquí estamos a todo lo largo y ancho de la Unión. También en Europa, Asia y hasta en Burundi. No hay lugar del mundo donde no haya un dominicano. Pero si algo caracteriza la diáspora, son los recuerdos. La Patria se vuelve olores, sabores, música, sonidos, la charla con el amigo, el colmadón, el abrazo, la conversación con la vecina y tantas cosas y cositas que se quedaron atrás. Y más que todo, nostalgia. En especial cuando nieva, y ese manto blanco, trae el olor a café recién colado, a puerco asado, a calle llena de alegría, a jengibre, aguinaldo y a "Cima, Sabor Navideño".

Te tienes que acostumbrar. ¿A qué? A un idioma que suena a piedra masticada, a un frío que te entumece los huesos, a unas gentes que no te miran a los ojos, y si te miran lo hacen con curiosidad o con recelo, a un silencio que, veces es bueno, pero apabulla, a unas costumbres y a un país que nunca será tuyo. Pues mira que no. Somos lo que somos, lo que hemos sido y lo que seguiremos siendo. Dominicanos de la diáspora, pero dominicanos al fin y al cabo.

Y me preguntarás ¿Qué haces tú allí? Pues mira, nunca pensé, ni en los peores momentos, dejar mi país. Pero la vida me arrastró, y le he preguntado a Dios, pero no responde. Supongo que tiene un plan. No lo sé. Y espero a que se decida y me lo cuente. Alguna vez he visto una lucecilla, y me aguanto. Tiene cosas muy bellas este país. Sobre todo el orden, la ley y el cuidado. Algo que nosotros no tenemos. Desde donde vivo, Denver, veo las montañas coronadas de nieve eterna, me llega el olor de los pinos y el cantar de las aves en primavera. Aún así, me hacen falta las cotorras que en octubre cruzaban alegrando mi balcón. Al decir del poeta César Sánchez, "La diáspora es un pedazo de la patria itinerante... son espejos donde la Patria se mira." Y así es. Traemos nuestras vidas, nuestras costumbres, nuestra cultura, como un pedacito de la patria bajo del brazo.

Vivimos con una espina que nos divide entre lo bueno de aquí y lo bueno de allá. Siempre será así. Añoraremos el vecindario, la chercha, la cerveza bien fría, las habichuelas con dulce, que aunque la hagamos aquí, las de allá siempre serán mejores.

No es lo mismo venir de vacaciones, el Mall, los museos, conciertos, las praderas, que vivir aquí para siempre y más aún, con nostalgia.

Dicen que la nostalgia es un lirio morado de crece y se alimenta con los recuerdos, y de lirios morados está sembrada la diáspora. Es cierto que unos están en circunstancias peores, sin recursos para volver en Navidad o Semana Santa. De todos modos, las sombras de lo vivido en esa isla compartida, se amontonan. Trepa como la hiedra y amenaza con las lágrimas. No todo es malo, por supuesto. Está la esperanza de volver todos los años. La invitación para jugar dominó, un buen "cocinao", y la conversación que nos vuelve a remitir con la nostalgia, esta vez con unas cuantas "frías".



SAUDALES - COMETAS EN EL CIELO
Por Ligia Minaya

Hay un pueblo que sufre, acorralado por la pobreza, con un horizonte que depende de lo que dicen y hacen los países que hoy gobiernan el mundo. Ligia Minaya.

Es la novela que acabo de leer. Su autor Khaled Hosseini, nos cuenta la conmovedora historia de dos niños, uno hazara y otro pastún y de sus dos padres, con el telón de fondo de un Afganistán respetuoso de sus ricas tradiciones ancestrales. Es la vida en Kabul durante el invierno de 1975, una ciudad confiada en su futuro e ignorante de lo que se avecina y los terribles sucesos que hasta hoy vienen padeciendo los milenarios pueblos que la habitan.

Las competencias de cometa en invierno (de ahí parte la novela) era una tradición que fue aplastada por los soviéticos primero y luego por los talibanes que hasta llegaron a prohibir a las mujeres hablar en público. Es una novela de la que una no puede despegarse y se queda repasando, y al cabo de unos años la relee. Según cuenta la historia, los afganos no son muy dados a cumplir órdenes, pero sí a respetar las tradiciones. Son afables, cariñosos, compasivos, solidarios y con un alto concepto de la amistad. Hoy están regados por el mundo, huyendo de la guerra, a la espera de volver.

Para ellos, robar es el peor pecado. Su concepto de robo es tan amplio que alcanza el homicidio, ya que matar es robar el padre a unos hijos y el marido a la esposa, o lanzar una mentira puede robar el honor a una persona. Con esta novela se aprende a conocer a esa gente que está tan lejos de nosotros y hoy padece un descalabro sin fin. Estados Unidos apoyó a los talibanes en contra de los soviéticos y les ha salido el tiro por la culata. Amir, el protagonista, va contando cómo era su vida de niño, lo que le hizo a su amigo de infancia y cómo esa miserableza le persigue, cómo tuvo que huir con su padre y los horrores que vio en esa huida. Vuelve, se encuentra con su pasado y con que la vida de los afganos ha cambiado para peor.

Con la salida de los soviéticos, Afganistán creyó que volvía a la libertad. Apoyó a los suyos, pero se encontró con lo que se dice vulgarmente: No hay peor cuña que la del mismo palo. Los talibanes tomaron el Corán a su manera. Una interpretación egocéntrica y brutal. Nada dice el Corán de maltratar hasta la muerte a las mujeres, de que no vayan a la escuela, de que no trabajen fuera de sus casas, de burkas denigrantes para ellas y barbas asquerosas para ellos, de lapidaciones horrorosas. Preceptos que impusieron por la fuerza. Mejor así, es más fácil gobernar cuando a un pueblo sólo se le deja escuchar la voz del amo.

Khaled Hosseini no lo dice en su novela, pero la ignorancia que se tiene respecto a los afganos hace que el mundo los vea como si todos fueran talibanes, desconociendo que detrás de esos verdugos, y sobre ellos, hay un pueblo que sufre, acorralado por la pobreza, sin esperanzas, con un horizonte que depende de lo que dicen y hacen los países que hoy gobiernan el mundo con sus cumbres millonarias que llevan a ninguna parte. Ojalá no pase lo que en Palestina con Israel. Inshallah. Los conflictos no pasan así, por así. Nada es casualidad y menos lo que sucede en ese país. Recomiendo esta novela.




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