Aquí nadie la esperaba.
A ella la trajeron desde lejos. La presentaron con cara y voz de asesina, pero
era buena. La obligaron a decir en silabas rápidas: “Mátenlos, mátenlos, mátenlos”.
Los nativos no entendían, pero vieron que los hombres que la conducían eran
crueles y huyeron a las montañas.
Aunque ella pertenecía
a los hombres que la trajeron, no era prostituta. Sí era manejable, dócil,
sumisa y obediente, y siempre estaba dispuesta a decir: “Protéjanlos” y otras
palabras hermosas, pero se lo impidieron.
La trajeron desaliñada.
¿Quién iba a pensar que, poco tiempo después, un hombre le reconocería su valor
y le daría gracia y estilo y que ella engrandecería los méritos de muchos
hombres y de muchos países?
Han pasado los años.
Los nativos murieron, los hombres murieron. Pero ella permanece aquí, en todas
partes. ¡Y parece que está ausente! ¿Debemos buscarla y disfrutar de su
belleza? ¿Entonces le permitiríamos decir: “Amor, protección, trabajo, estudio,
patria mía”? Los educadores deben llamarla, dirigirle un telegrama, pedirle que
se presente urgentemente a los centros educativos, conversar con ella
detenidamente y decirle: “Ya no eres ninguna extraña. Vamos a trabajar duro.
Hacemos que se nutran de tí hasta los huesos de los estudiantes, por el bien de
ellos y de las futuras generaciones. Nuestros jóvenes conocerán las hermosas
palabras que te palpitan en las entrañas, la Lengua Española”.
Letra Grande. 2da.
Edición. No.2. 1980.
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