Ligia Minaya
Denver, Colorado.
Así es, todos transcurrimos por buenos y difíciles caminos en la vida.
Dentro se lleva el miedo, soledad y lágrimas, pero la alegría crece dentro y
fuera del alma.
Imagínate un camino amplio y
florecido, lleno de almiras, amapolas, árboles frutales, rosas y jazmines. Por
él transcurre un amor tierno y seguro, una bonanza económica, un matrimonio
feliz, hijos sanos y obedientes. Es lo que quieres en la vida. Pero un día te
das cuenta de que el camino se vuelve angosto, con atajos, que los árboles no
florecen, que no llega a ningún lado y menos a la meta deseada. Pero aun así,
no cesas en tu empeño, continúas tu firme voluntad y eres capaz de enfrentar
una tempestad.
Piensas en cuando te sientes solo,
lloras en silencio y te sientas en la penumbra de un rincón. Renuncias a tus
gustos y a tus placeres. No te permites un descanso, ni un respiro. Aun así,
continúas caminando porque estás convencido de seguir y no rendirse. A pesar de
los pesares, tienes prisa por llegar y controlar cada paso. Con el tiempo viene
a la memoria cuando estudiabas hasta altas horas de la noche. Y también
recuerdas cuando ya casado dejabas de visitar a tu madre, te ibas a la playa y
te olvidabas del trabajo. Te recuerdas también cómo olvidaste darle una vuelta
al barrio en que creciste para tomarte unas cervezas con tus amigos de siempre.
Hasta hoy tu cuerpo y tu mente han
dejado atrás los pequeños placeres que antes te gustaban tanto. Imagínate
entonces que ese camino que deseaste, tan ancho y lleno de belleza, lo has
tenido que enfrentar con coraje porque se ha hecho corto y estrecho. Y también
te das cuenta que ese esfuerzo por no equivocarte desaparece de repente. Ahora
no respondes a los parámetros de éxito que el mundo halaga, pero que muchas
veces conducen a la soledad y a la angustia. Es tarde. Sientes miedo, sudas,
tiemblas. Sientes pánico. Hasta el ruido de una mosca te sobresalta.
Todos se han ido. El barrio cambió.
Ya no están los amigos. Los hijos tienen vida aparte. Un día decides no salir a
la calle y te encierras en el silencio. Un silencio que te molesta. No te
encuentras cómodo con los hierros oxidados de ese nuevo camino por el cual
caminas sin detenerte. Solo tú te das cuenta que tienes miedo de ti mismo.
Quizás, lo sano, lo posible, lo ideal, sería ver a tu alrededor. No caminar
solo con la vista adelante, sin ver lo que pasa o quienes pasan a tu lado. Mira
tu vida, el pasado, el presente y lo que te queda de futuro.
Y como dice "Canción de la Vida
Profunda", poema del colombiano Porfirio Barba Jacob: "Hay días en
que somos tan fértiles, tan fértiles/ como en abril el campo que tiembla de
pasión: / bajo el influjo próvido de espirituales lluvias/ el alma está brotando
florestas de ilusión… /Hay días que somos tan sórdidos, tan sórdidos/ como la
entraña oscura de oscuro pedernal: /la noche nos sorprende, con sus profundas
lámparas, / en rutilas monedas tasando el bien y el mal... / ¡Un día en que
discurren vientos ineluctables!/ ¡Un día en que ya nadie nos puede retener!
www.diariolibre.com. Saudaces.17 ago 2013,
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