ANDRES MALRAUX
André Malraux fue un escritor y
político francés nacido el 3 de noviembre de 1901 en París y fallecido el 23 de
noviembre de 1976 en Créteil. Sus padres se separaron cuando era un niño,
y se crió con su madre y su abuela materna. Estudió en la Escuela de Lenguas
Orientales de París, pero abandonó los estudios en busca de una formación
autodidacta, integrándose en los círculos culturales y literarios más
prestigiosos. Realizó diversos viajes como arqueólogo, y entre Francia y las
colonias fue descubriendo la cultural postcolonial que lo llevó a fundar la
revista L´Indochine en Saigon. Sus experiencias en el
extranjero sirvieron de contexto para varias de sus novelas, destancando La
condición humana (1933), que obtuvo el aclamado premio
Goncourt. Se mostró opuesto al régimen de Hitler tan pronto éste subió
al poder, relacionándose primero con el comunismo y después con la resistencia
francesa y el bando republicano en la guerra civil española.
Su obra más significativa sobre arte fue Las
voces del silencio, en la que defendía la libertad del arte y de su
creador frente a los determinismos del marxismo y el psicoanálisis, en 1951.
Tras el regreso al poder de Charles De Gaulle ejerció como ministro de cultura
en Francia entre 1959 y 1969. Ya en 1977 apareció su obra de teoría
literaria L´Homme précaire et la Littérature, publicada de manera
póstuma. (Lecturalia).
125. LA CONDICION HUMANA. Andre Malraux.
Editorial sudamericana 1979.348 págs.
Histriónico,
único en serlo entre los personajes de una novela cuya única endeblez es —Gide
dixit— su exceso de inteligencia, corresponde a Clappique dar con la clave
esencial de La condición humana. Que el juego sea éste, trivial, de la ruleta
ante la cual Clappique se inclina, o esos más litúrgicamente solemnes del opio
o el sexo ante los cuales Gisors y Ferral despliegan sus minuciosas liturgias, o
bien éste, majestuoso, de la revolución en cuyo altar se ofrendan las vidas de
Tchen, Kyo y Katow (sobre todo Katow, la muerte más homéricamente bella de la
literatura del siglo XX), la metáfora es la misma. Brutalmente pascaliana.
Brutalmente atrincherada en la visión perpendicular del abismo, del absurdo. La
apuesta. Contra el absoluto, por supuesto: sólo contra el absoluto apuesta un
verdadero jugador. Y la certeza: nada hay en el juego que no sea anhelo de
derrota. No, aquellos que no juegan no son hombres.
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