Y qué decir de Talleyrand, personaje contemporáneo de
Fouche y de quien se han tejido también numerosas leyendas. ¿No representa firmemente
le perfil del político hábil, de modales refinados, genial, talentoso,
conocedor profundo de del hombre de su
época y sobre todo inescrupuloso? Es mejor que dejemos a Emile Dard, uno de sus
biógrafos, que nos hable de él, de su retrato psicológico. Os dice este
escritor que nuestro personaje “adopto las resolución de prescindir de todo
freno, de desafiar a la opinión (…) porque traspuesto el lindero, ya no hay
límite”; pero donde Dard precisa más sus caracteres en relación a la temática
tratada, es cuando asegura que “Lejos de excusar sus traiciones y su venalidad,
aportaos en su contra pruebas abrumadoras. Sin embargo, así es la naturaleza
humana:; la inmoralidad no siempre excluye el sentido común y la lucidez”.
Tanto Richelieu, Fouche como Talleyrand han sido
considerados brillantes, hábiles y hasta maestros o genios de la política. Si
lo juzgamos por la forma en que manejaron el poder y en función a la manera con que hemos
abordado el problema tendríais que conceptualizarnos como hombres pragmáticos poseídos
de un gran realismo político, pero nunca de oportunistas. Si nuestras ideas son
correctas, este tipo de proceder político solo lo pueden ejecutar las personas
dotadas de ciertas características psicológicas y sociales.
¿Cuáles son esos rasgos psicosociales que posibilitan que
determinadas personas puedan, sin ningún remordimiento de conciencia,
“traicionar ideales” con el fin de beneficiarse y lograr ser reconocidas
socialmente como hábiles y brillantes?
La primera característica que deben poseer estas personas
es la de tener visión, o sea, la capacidad, tal como lo afirma Maquiavelo, de
ver antes que otros os problemas para poderlos enfrentar oportunamente. El
segundo rasgo lo constituye la osadía, que n es otra cos que el atrevimiento o
tener el valor necesario para poner marcha la acción. El tercero, es el deseo o
impulso hacia el éxito, donde la búsqueda del logro domine por completó el
temor al fracaso. El cuarto se refiere al principio de la realidad, el cual debe
estar mucho ma desarrollado en estas personas que “el ideal del yo y la
conciencia moral”.
La quinta característica es el cinismo, o sea, la
cualidad que es permite defender públicamente, sin sobresaltos, y tranquilos,
las posiciones o situaciones que pueden ser cuestionadas o rechazadas
socialmente.
El último rasgo es el histrionismo, característica
imprescindible para persuadir a las personas de que son seres sinceros y
confiables. Sobre este mismo asunto Francisco Guicciardini, recomienda, con
justa razón a los políticos negar. “siempre con firmeza lo que tú no quieres
que se crea, porque aun cuando se descubran muchos indicios y se llegue hasta
casi la certidumbre en contra tuya, la afirmación o la negación con frecuencia
hace que los que te oyen enderecen sus ideas”.
A juzgar por la consistencia de estos razonamientos parecería que nuestro análisis
es correcto; pero aun consideramos que hemos dejado intacto y sin discutir un
aspecto crucial para la clarificación del problema, nos referimos a la parte,
de la definición de Pasquino, que corresponde al contenido ético: la búsqueda
de beneficios personales… sin ninguna consideración por loa principios ideales
morales”. En otras palabras, el mencionado autor, en su conceptualización supone
en estos hombres su existencia de ideales o principios morales que terminan traicionando
o que traicionan habitualmente. Nosotros en función de los planteamientos
básicos expuestos, consideramos que en este tipo de gente no existe tal
traición pues su vida, como sus acciones, no queda ligada a ninguna forma de
regulación que no sea el poder mismo. Y
si el afán o el ansia del dominio constituye el fundamento o motivo principal
de su existencia, cualquier movimiento que le reporte poder, lejos de generarle
remordimiento le produce satisfacción y más cuando esto es reconocido
socialmente, Quizás estas ideas fueron las que llevaron a Madame Stael a
imaginar a un Napoleón que: “No odia ni ama” y que “”Ni la piedad, ni la
gracia, ni la religión, ni la adhesión a una idea cualquiera, podrían apartarle
de su orientación principal”.
La justificación social con la que ellos explican sus
acciones “oportunista” no puede interpretarse, dentro de la teoría de la
disonancia cognoscitiva de Festinger, como un comportamiento dirigido a
eliminar o aminorar un supuesto estado de intranquilidad o malestar interno
producido por la calificación de “traidores2 que les formulan algunos sectores
políticos. Y no puede ser de esa manera, porque sabemos que estas personas
carecen de una fuerte conciencia moral (super yo) y de apego a ideales y a principios
políticos que no sea el amor al poder, razón por la cual ni sienten que han
traicionado ningún ideal, porque no lo tienen, ni pueden tener remordimiento de
conciencia porque carecen de ella.
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