Acostarse con un
anamita es como acostarse con un pájaro; gorjean y cantan sobre la almohada.
En otra época me había parecido que ninguna voz cantaba como la de Fuong.
Estire la mano y le toque el brazo; también sus huesos eran frágiles, como los
de un pájaro.
Entre ellas existía la
superstición de que un amante que fumaba opio siempre vuelve, aun de Francia.
El opio puede dañar la capacidad sexual del hombre, pero ellas prefieren un amante
fiel a uno potente.
Un americano impasible.
Lo resumí precisamente en esa definición, como si hubiera dicho “un lagarto
azul” o “un elefante blanco”.
No se puede amar sin
intuición.
Los métodos franceses
son un poco anticuados, en comparación con los nuestros, tan fríos; ellos creen
en la conciencia, en la sensación de culpabilidad, creen que un criminal debe
ser enfrentado con su crimen, porque puede darse que pierda el aplomo y se
traicione.
La muerte destruye la
vanidad; hasta la vanidad del amante engañado que debe disimular su dolor.
“Consideremos, por
ejemplo, el caso de los caodaistas”. O de los Joa Joa o de los Binj Xuyen,
todos esos ejércitos privados que vendían sus servicios por dinero o venganza.
Los forasteros los encontraban pintorescos, pero no hay nada pintoresco en la
traición y la desconfianza.
Yo había aprendido una
técnica: dividir para conquistar.
La muerte es el único
valor absoluto en el mundo. Basta perder la vida para no perder nunca más nada.
Envidiaba a los que podían ceer en Dios, y desconfiaba de ellos. Me parecía que
trataban de mantener su valor con una fabula sobre lo inmutable y lo
permanente. La muerte era mucho mas cierta que Dios, y con la muerte ya no
existiría la posibilidad diaria de que el amor muriera. Se disiparía la
pesadilla de un porvenir de tedio e indiferencia. Nunca hubiera podido ser
pacifista. Matar un hombre me parecía concederle con seguridad un beneficio
inconmensurable. Oh, si, la gente amaba siempre, en todas partes, a sus
enemigos. Solamente preservaban a sus amigos, los preservaban para el
dolor y la vaciedad.
“Que extra;o que la
población que Dios tiene en su reino sea tan pobre, asustada, helada, muerta de
hambre (“No se como vamos a hacer para alimentar a toda esta gente”, me decía
el cura); uno esperaría algo mejor de tan gran Rey”. Pero luego recordé que es
lo mismo en todas partes, que no son los gobernantes mas poderosos los que
rigen las poblaciones mas felices.
Que, rápida, sencilla y
anónimamente llegaba la muerte. Aun cuando mi razón anhelaba el estado de la
muerte, yo temía el acto en si como una virgen. Me hubiera gustado verla llegar
con un aviso previo, para poder prepararme. ¿Para qué? No sé, ni tampoco como,
a menos que fuera mirando en torno para ver qué poca cosa era lo que abandonaba.
Por
Creía que un
corresponsal de periódico se interesa más por el honor de su país que por una
noticia.
Poseía experiencia
suficiente para hacer frente a su virginidad, en el juego sexual la edad era
una carta tan buena como la juventud, pero ahora no contaba ni siquiera con ese
limitado porvenir de doce meses para ofrecer como triunfo, y el único triunfo
era un porvenir.
Se suponía que todo
corresponsal convivía con una muchacha del lugar.
Nosotros creemos que
los norteamericanos adoran los dólares, pero supongo que habrá excepciones.
Por lo menos una vez
por año los caodaistas celebran un festival en la Santa sede de Tanyin, que
queda a unos ochenta kilómetros al noroeste de Saigon, para festejar tal año de
Liberación o de Conquista, o también algún festival budista, cristiano o de
Confucio. El caodaismo era siempre el capítulo favorito de mis explicaciones a
los visitantes. El caodaismo, invención de un empleado del gobierno cochinchino,
era una síntesis de estas tres
religiones. La Santa Sede se encontraba en Tanyin. Un papa y mujeres
cardenales. Profecías mediante planchuelas. San Victor Hugo. Cristo y Buda, que
desde el techo de la catedral contemplaban una fantasía disneyana de Oriente,
dragones y serpientes en tecnicolor. Los recién llegados siempre se quedaban
encantados con la descripción. ¿Cómo explicarles la miseria de toda esta
religión: el ejército privado de veinticinco mil soldados, armados de cañoncitos hechos con los caños de escape de automóviles
viejos, aliados de los franceses que ante el menor momento de peligro se
volvían neutrales? Para dichos festejos, que contribuían a mantener tranquilos
a los campesinos, el papa invitaba a los miembros del Gobierno (que asistían si
los caodaistas tenían alguna influencia en ese momento), al cuerpo diplomático
(que mandaba algunos subsecretarios con sus esposas o hijas) y al comandante en
jefe francés, que delegaba en algún general relegado a las oficinas el honor de
representarlo.
En la religión
caodaista todas las verdades se reconcilian, y la verdad es amor.
Hacemos
jaulas para el aire, con agujeros pensé, y del mismo modo el hombre hace jaulas
para su religión… con dudas abiertas a la intemperie y credos que dan numerosas
interpretaciones. Mi mujer había encontrado su jaula con agujeros, y a veces yo
la envidiaba. Existe un conflicto entre el sol y el aire: yo vivía demasiado al
sol.